Hoy cumple un siglo de vida una de las mayores glorias de Boca Juniors. Hoy es el cumpleaños de “Cañoncito Varallo”, el segundo mayor goleador de la historia profesional del club, y que durante 70 años fue el máximo artillero.
Así lo recuerda hoy Cancha Llena:
Era muy chico cuando le regalaron una pelota de goma. La acomodó, le pegó con alma y vida contra la pared y la reventó. Cuenta Francisco Antonio "Pancho" Varallo que ese día lloró sin consuelo. Que no entendía qué pudo haber pasado ni porqué eso le sucedió a él. Como un extraño capricho del destino, el tiempo le trajo, y de sobra, las respuestas. Aquel pibe se convertiría en una leyenda viviente, que sintió siempre el fútbol a flor de piel y que varias veces lo comulgó hasta las lágrimas, tanto como para resistir desleales golpes en un potrero de La Plata como para encarar, a los 20 años, la final de un Mundial, el primero de la historia, en 1930.
Varallo cumple hoy cien años. Su apellido está ligado a muchos hitos más allá de su edad y sirven para vincular de modo atemporal y para siempre el amateurismo con el profesionalismo en nuestro país. Fue parte del único título oficial que Gimnasia tiene en su historial (1929), fue tricampeón con Boca (1931/34/35), ganó una Copa América con el seleccionado (1937) y es, desde hace varios años, el único sobreviviente del partido decisivo del Mundial de Uruguay 1930. Antes y después, el gol. Siempre el gol, del que se hizo amigo cuando despuntaba el vicio de complicar a los arqueros en el club 12 de Octubre, en su querido barrio Los Hornos.
Su calidad y potencia no pasó desapercibida y en 1927 ya formaba parte del plantel de Gimnasia, donde empezó a hacerse conocida su personalidad ganadora, el dominio de pelota aprendido en campitos raleados de césped y sobre todo, su pegada, la que nunca se demoraba cuando el arco oponente estaba a una distancia prudente y el perfil para sacar el disparo no podía mejorarse. El título del 29, acompañado por figuras como Scarpone, Digiano, Minella y Santillán, revalorizó su figura. Aunque su humildad encarrilaba sus declaraciones a la frase "mis compañeros me hacen sencilla la llegada al gol", era evidente que su dinámica y sus ganas de convertir lo erigieron en un artillero por excelencia, tan implacable que a todas luces se ganó con justicia el apodo de "Cañoncito".
Siempre respetó a los arqueros rivales, a quienes paradójicamente amargaba una y otra vez, y entre quienes rescató siempre a Juan Botasso, "porque supo atajarme goles cantados", según solía confesar.
En 1930 no esperaba formar parte del Mundial, pues era muy joven. Sin embargo, Mario Sureda, delegado de Gimnasia, confió en él y lo propuso ante los miembros de la Asociación, que eran quienes por entonces elegían a los jugadores. Así apareció en el equipo que viajó a la otra orilla del Río de la Plata para defender los prestigios albicelestes. Allí, la Argentina avanzó a paso firme, pero una patada del chileno Subiabre tuvo su efecto en Varallo, que no pudo jugar la semifinal ante los Estados Unidos. Retornó con poca fortuna en la controvertida final (ganó Uruguay 4 a 2), ya que en pleno cotejo se resintió de aquel golpe y no rindió ni por asomo como de él se esperaba.
A su regreso, no obstante, lo esperaban buenas nuevas. Vélez lo pidió como refuerzo para una gira americana, que fue tan exitosa para Pancho (hizo 20 goles en 27 partidos), que Boca lo hizo suyo justo cuando el profesionalismo empezaba a marcar nuevas pautas. En el conjunto xeneize, con 181 conquistas en 210 partidos, fue durante varias décadas el mayor goleador de la entidad en la etapa profesional y su apellido volvió a estar en boca de todos a medida que Martín Palermo iba acercándose a su marca, la que terminaría quebrando setenta años después.
Profesor de educación física, transportista de escolares y hasta representante de una firma licorera, a Varallo no le faltó actividad cuando dejó el deporte que tanto amó. Las cosas tampoco cambiaron mucho y aquel crack siguió siendo el mismo vecino amigo de toda la gente de La Plata. Allí permanece Pancho, en su querida ciudad natal. La misma que lo recibió el 5 de febrero de 1910 para empezar a escribir una historia de redes perforadas y emociones fuertes. Una historia en la que quizá no esté el "gol del siglo", pero que hoy celebra -qué duda cabe- el siglo del gol.
Así lo recuerda hoy Cancha Llena:
Era muy chico cuando le regalaron una pelota de goma. La acomodó, le pegó con alma y vida contra la pared y la reventó. Cuenta Francisco Antonio "Pancho" Varallo que ese día lloró sin consuelo. Que no entendía qué pudo haber pasado ni porqué eso le sucedió a él. Como un extraño capricho del destino, el tiempo le trajo, y de sobra, las respuestas. Aquel pibe se convertiría en una leyenda viviente, que sintió siempre el fútbol a flor de piel y que varias veces lo comulgó hasta las lágrimas, tanto como para resistir desleales golpes en un potrero de La Plata como para encarar, a los 20 años, la final de un Mundial, el primero de la historia, en 1930.
Varallo cumple hoy cien años. Su apellido está ligado a muchos hitos más allá de su edad y sirven para vincular de modo atemporal y para siempre el amateurismo con el profesionalismo en nuestro país. Fue parte del único título oficial que Gimnasia tiene en su historial (1929), fue tricampeón con Boca (1931/34/35), ganó una Copa América con el seleccionado (1937) y es, desde hace varios años, el único sobreviviente del partido decisivo del Mundial de Uruguay 1930. Antes y después, el gol. Siempre el gol, del que se hizo amigo cuando despuntaba el vicio de complicar a los arqueros en el club 12 de Octubre, en su querido barrio Los Hornos.
Su calidad y potencia no pasó desapercibida y en 1927 ya formaba parte del plantel de Gimnasia, donde empezó a hacerse conocida su personalidad ganadora, el dominio de pelota aprendido en campitos raleados de césped y sobre todo, su pegada, la que nunca se demoraba cuando el arco oponente estaba a una distancia prudente y el perfil para sacar el disparo no podía mejorarse. El título del 29, acompañado por figuras como Scarpone, Digiano, Minella y Santillán, revalorizó su figura. Aunque su humildad encarrilaba sus declaraciones a la frase "mis compañeros me hacen sencilla la llegada al gol", era evidente que su dinámica y sus ganas de convertir lo erigieron en un artillero por excelencia, tan implacable que a todas luces se ganó con justicia el apodo de "Cañoncito".
Siempre respetó a los arqueros rivales, a quienes paradójicamente amargaba una y otra vez, y entre quienes rescató siempre a Juan Botasso, "porque supo atajarme goles cantados", según solía confesar.
En 1930 no esperaba formar parte del Mundial, pues era muy joven. Sin embargo, Mario Sureda, delegado de Gimnasia, confió en él y lo propuso ante los miembros de la Asociación, que eran quienes por entonces elegían a los jugadores. Así apareció en el equipo que viajó a la otra orilla del Río de la Plata para defender los prestigios albicelestes. Allí, la Argentina avanzó a paso firme, pero una patada del chileno Subiabre tuvo su efecto en Varallo, que no pudo jugar la semifinal ante los Estados Unidos. Retornó con poca fortuna en la controvertida final (ganó Uruguay 4 a 2), ya que en pleno cotejo se resintió de aquel golpe y no rindió ni por asomo como de él se esperaba.
A su regreso, no obstante, lo esperaban buenas nuevas. Vélez lo pidió como refuerzo para una gira americana, que fue tan exitosa para Pancho (hizo 20 goles en 27 partidos), que Boca lo hizo suyo justo cuando el profesionalismo empezaba a marcar nuevas pautas. En el conjunto xeneize, con 181 conquistas en 210 partidos, fue durante varias décadas el mayor goleador de la entidad en la etapa profesional y su apellido volvió a estar en boca de todos a medida que Martín Palermo iba acercándose a su marca, la que terminaría quebrando setenta años después.
Profesor de educación física, transportista de escolares y hasta representante de una firma licorera, a Varallo no le faltó actividad cuando dejó el deporte que tanto amó. Las cosas tampoco cambiaron mucho y aquel crack siguió siendo el mismo vecino amigo de toda la gente de La Plata. Allí permanece Pancho, en su querida ciudad natal. La misma que lo recibió el 5 de febrero de 1910 para empezar a escribir una historia de redes perforadas y emociones fuertes. Una historia en la que quizá no esté el "gol del siglo", pero que hoy celebra -qué duda cabe- el siglo del gol.
Fuente: bocayalgomas.blogspot.com
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